Wednesday, April 25, 2007

Jardín

Hay una flor roja en mi cabeza, sus pétalos, sin embargo, son púas envenenadas. Los domingos se abre y brilla. Está justo detrás de mi ojo izquierdo. La siento latir, alimentarse de mí. Terminará engulléndome. Las letras que escribo han escapado a su abrazo.
A veces me habla, me insinúa caminos, y no mentiré aquí, la he escuchado.
Cuando tenía catorce años intenté suicidarme. Nadie se enteró, porque la cuerda era demasiado fina, demasiado débil. Luego a los 18.
Nadie sabe esto ¿por qué?
Ni siquiera esas dos personas a quienes he contado hasta el último miserable detalle de mi vida.
Ni siquiera ellos. Y es que ninguno supo cortarla.
Ahora la siento abrirse, expandirse, alimentarse de mi sangre. Beberse mis neuronas, mis jugos.
¿Terminará apropiándose de mí?
¿La escucharé algún día?
¿Será pronto?
Mi cuerpo es joven, pero mi alma vieja tiene heridas.
Nadie escucha, pero ¿porqué alguien habría de hacerlo? ¿Tengo derecho de imponer mi soledad a otro?
¿Quiero que alguien me escuche? Y si alguien me escuchara, ¿tendría yo algo que decir? Aparte de los recuerdos inventados, aparte de las historias deformadas por el tiempo, ¿tendría yo algo que decir?