Hay quien se indigna ante la indignación de otros, a
David le caen encima por decir lo que piensa y como lo piensa. Yo creo en la indignación. Creo en la necesidad de indignarse al ver pisoteado al ser humano, ante la reducción de lo que somos: carne, vísceras, huesos, pedos, mocos, a una cosa tan banal y estúpida como el mercado.
Vengo de caminar por la avenida Reforma (ja), de ver el ángel de la independencia (doble ja) rodeado por el edificio de American Express, un Sanborns más, y las oficinas centrales de HSBC, flanqueado, claro, por el enclave de los cerdos que promulgan a diestra y siniestra que la libertad es la libertad de elegir qué marca comprar.
Cerdos, asquerosos y repugnantes cerdos los banqueros de HSBC que compraron un bellísimo (o espantoso, da igual) mural de O´Gorman sobre la lucha obrera para adornar la recepción de su búnker. De ahí salen los semiesclavos que nunca tendrán la vida que quieren, porque les está vedada, y pasan todos los días, previa verificación electrónica de sus identidades, frente a un policía que resguarda, arma de alto poder en mano, los intereses de quienes deciden que el arroz suba de precio, porque están usando el maíz para alimentar sus Hummers...
Dirían en Bolivia, somos un pueblo, no un mercado...
Y sí, también en la literatura, también en el arte... La libertad es la libertad de comprar en Ghandi o en Sanborns, de leer lo que Volpi recomienda, o lo que Fuentes escupe cada año, sin falta...
Hay muchas razones para indignarse, y no, la tolerancia no es para todos. Por tolerar políticas editoriales modeladas según el mercado, según el dinero, en este país lo que más se lee son libros de autoayuda.
¿Alguien se acuerda de qué es la poesía?