Saturday, May 30, 2009

Roedores

Hace un par de días subí a Tunnel Mountain... una montañita de 300 metros de altura...
En el camino pensaba que sería interesante comparar la población de insectos de estas latitudes a la que hay en México, especialmente en Morelos, donde uno no puede dar un paso sin ver una araña, un grillo, un escarabajito en technicolor... Para mi enorme sorpresa, a pesar de que el camino estaba practicamente solo, y que caminé sigilosamente, no vi practicamente insectos. Había algunas telarañas brillando, lánguidas, y más bien como dejadas al azar. Las telarañas estas resultaron patéticamente débiles, cualquier brisa las deshace. Mercurio aprobaría su debilidad.
AL llegar a la cima de la montaña de plano me puse a gatas sobre una roca: tenía que haber algún tipo de insecto. Y sí, finalmente encontré una pequeña colonia dde hormigas. Negras, bastante atarantadas. Nada como las cuatalatas guerreras a las que estoy acostumbrada. Me senté frente a la entrada del hormiguero, esperando ver en cualquier momento un cambio de actividad, y me quedé esperando: no había columna de trabajadoras, ni hormigas soldado patrullando. Apenas una docena caminando en una no muy definida línea, paseando; una llevaba una brizna de hierba, las otras más bien se detenían a tomar el sol...
Aburrida, abrí mis lecciones de literatura rusa y Nabokov me atrapó. Hasta que un movimiento a un par de metros, a nivel del suelo, me sacó de concentración. Al principio pensé que se trataría de una hojita caída, una basura, una manchita cafe. Hasta que se movió unos cuantos milímetros... una ardilla diminuta me miraba, intrigada. Cerré lentamente el libro, para no asustarla, y nos quedamos mucho rato mirándonos. Luego bostezó (o se comió algo, o vaya usté a saber, pero abrió el hociquito y lo cerró) y se puso a buscar moronitas de comida sobre el suelo. Dando muchas vueltas, rodeos, sin decidirse, poco a poco se fue acercando, hasta que estuvo a medio metro de la roca sobre la cual estaba yo sentada... se paró en sus patitas traseras y me miró de frente. Debo decir que me sorprendió e insultó un poco la insolente mirada... luego pensé que, bueno, sus predadores suelen ser osos negros o grizzly, así que no debió parecerle muy impresionante mi torpe postura...
Así como las tontas hormigas me aburrieron a mi, la ardillita terminó aburriéndose de mi, y volvió a meterse a su madriguera.
Más tarde, de vuelta al estudio, una roca movil me asustó: un prairie dog comía despreocupado alguna cosita, se acercó otro a husmear, se saludaros, y corrieron para no perderse a Bulwinkle que pasaría con su familia unas horas más tarde.
Pero los alces no son roedores...

Wednesday, May 27, 2009

Venados

Vivir en una ciudad aletarga los sentidos. Sobre todo si se trata de la ciudad de México, donde la vista nunca alcanza más de tres cuadras y ya los ojos se ponen rojos por tanta contaminación.
Mudarme fuera del DF es una de las mejores decisiones que he tomado en la vida (por supuesto, como siempre, hice trampa y tengo aún un pie en el cochinero del detrito defecal). Aún así, nada podría haberme preparado para el encuentro de esta tarde.
Caminando de vuelta de comer hacia mi estudio (qué bien se siente decir eso), dentro de The Leighton Colony for Artists, me encontré, en el cruce de dos senderos, a un venado cola blanca dormitando tranquilamente. El ruido lo despertó y me miró pasmado, ya que había interrumpido su siesta del medio día en la que, estoy segura, digería deliciosas bayas de las que abundan aquí (no, Armando, no las he probado) y, una vez que decidió que no era una amenaza, se dedicó por los siguientes 15 minutos a acicalarse el pelaje...

Después de haber leído TODAS las indicaciones habidas y por haber que el Centro Banff amablemente coloca por todas partes acerca de qué hacer en una situación así, mis pensamientos tomaron el siguiente curso:
a). Ofrecerle la manzana que tenía en la mano (1. Do NOT feed any of the animals)
b). Acercarme hasta donde me lo permitiera, me sentía hipnotizada por sus enormes ojos coloir avellana y su lengua rosa mexicano (2. Do NOT aproach any of the wildlife, they are in mating season and/or breeding season and may be extremely dangerous)
c). Hablarle, decirle algo (Por supuesto que no hay ninguna prohibición al respecto, eso no quiere decir que no sea asaz estúpido)

Al final, me conformé con no moverme más (estábamos a menos de dos metros) y con cuidado sentarme sobre las hojas a observarlo. Cuando terminó de acicalarse, apoyó el morro sobre las patas delanteras por unos segundos, mirándome siempre con el rabillo del ojo. Su gesto me sorprendió por gatuno, por bestial... recordé a la gente a la que extraño y quiero... La nostalgia se esfumó cuando, harto de ser observado como criatura de zoológico, se levantó en un movimiento suave y elegante, dándome la espalda.

Recibido el mensaje, me levanté sin hacer ruido y di media vuelta.

La manzana reposa en mi escritorio. Mis manos aún tiemblan de emoción.

Thursday, May 21, 2009

Pájaros

They chirp and they hum, they also cry and hawk.
How am I supposed to talk to them?

Leo los apuntes de Nabokov sobre Almas Muertas de Gogol, y mi mente vuelve a la infancia, a un ático de la colonia Portales donde leía pésimas ediciones de los grandes maestros rusos (Pushkin, Gogol, Dostoyevski) y a Luis Spota. Entre esas lecturas aparecía de vez en cuando un ejemplar de los Supermachos, o de Mafalda.
Siempre en mi mente estarán ligados los dibujos de Rius con los personajes de Gogol. Ahora que leo Almas Muertas desde los ojos de Navokov, me doy cuenta de que no estaba tan errada: los personajes de Nikolai Vasilievich son criaturitas que constantemente se asoman desde atrás del escenario, como recordándonos su existencia a través de los comportamientos más peculiares: tiran una silla, se trepan a un poste, como si se tratara de personajes de caricatura, cuya existencia está determinada por su capacidad de hacernos sonreír.
Las tardes en casa de mi abuela, en ese ático, siempre se convertían en noches, y tarde o temprano llegaba la voz desde el piso inferior: la odiada hora de irse a casa, de alejarse del embriagante olor de la biblioteca de un médico.
He intentado por muchos medios dejar de ser quien era en la infancia, sin darme cuenta de que nunca dejaré de ser esa niña acurrucada bajo un tragaluz, leyendo a Gogol y a Rius.