Saturday, December 29, 2007

Theremin, somersault

Tengo dos palabras en la cabeza, y el tema de una canción Barbra Streissand...
yeah
Imagino cómo se oiría esa rola tocada en theremin, mientras uno da un somersault, cayendo al vacío
El gato me mira intrigado, de reojo.
Leo Somersault, de Kenzaburo Oe, comprado en Ghandi (!) por 69 pesos, el precio impreso en la camisa de la hermosa, hermosa, hermosa edición de pasta dura de Grove Press Books es de 29 dólares, para su distribución en Estados Unidos.
Sin entender, bebo los extraños mundos de Oe, quietud, silencio... y de pronto, Tokio.
Una niña que pierde la virginidad con una afilada pieza de Lego, un niño que tiene cara de hombre, y al mismo tiempo de perro, pero cuyos ojos son hermosos beyond description...
Un hombre que se llama Guide, otro Patron...
Balcón, té, gato...

Sonido ululante de theremin.

Thursday, December 27, 2007

Jueves, noche

Leo y releo las páginas frente a mí. Quiero, deseo, anhelo borrar todo lo que he escrito, empezar de cero. Zip. Página en blanco otra vez. ¿Cuántas veces más?
Setentaisiete veces siete. Hasta la tercera generación.
El gato viene a olisquear el teclado. Me muerde la mano. Lo bajo de la mesa.
Se va y vuelve, ahora me clava las garras en el antebrazo. Lo sigo, maúlla en la puerta de la recámara. A tiene hipo. El gato está molesto por el hipo, por el ruido del teclado, por la luz, por los vecinos que tienen fiesta. Porque no estoy en cama. Porque me rehuso a abrir otra lata de atún.
Estos días, tras el deceso de F, A y yo hablamos mucho del gato, su salud, si le toca vacuna, veterinario. Extraño. El gato parece más frágil. Está ganando peso. Quita de ahí el chocolate, no lo dejes que se suba a ese mueble, ten cuidado.
Escuchamos con fruición Fred The Cat, de Hovhaness, una y otra y otra vez. Give a cat a twig...
El gato vuelve, brinca sobre la mesa, tira con delicadeza una hoja impresa, la hace pedacitos, dicen que la tinta es tóxica, que
hay que darles una hoja en blanco para que jueguen... Mercurio se niega, me rasguña, finalmente se levanta, indignado, lo escucho abrir la puerta con una pata, lo vigilo para que la puerta no se cierre antes de que consiga salir, lo oigo comer, tomar agua, saltar a la cama. Me levanto con sigilo. Ambos tienen los ojos cerrados.
Duermen, yo vuelvo a una hoja que, para mi mala fortuna, hoy no se quedará en blanco

Friday, December 21, 2007

Tristeza

Una llamada. La voz se quiebra del otro lado. Una sucinta explicación, no hay detalles. Silencios entrecortados por monosílabos. De este lado, un par de ojos interrogan. Ahora no, digo.
No sé qué decir. Mi amigo sufre, yo sufro. De este lado de la línea abruma y entristece, también, la muerte de Frankie.

Friday, December 07, 2007

That's gonna leave a mark

Un hombre cae casi treinta metros. No cae a su muerte. Es decir, no a su muerte inmediata. Lo miro, desde la misma altura que compartimos hasta hace unos segundos. Y lo miro moverse. A través de los cables, las luces navideñas, los autos. Y volteo alrededor. Nadie se ha dado cuenta. Nadie escuchó el alarido. Nadie el golpe. ¿Sólo yo?
Culpa 1. Yo sabía que pasaría, o al menos eso le digo al amigo que, del otro lado de la mesa, escucha lo que yo digo que escuché. Hablábamos de morir jóvenes. Yo hablaba de eso. Él estaba ausente.
Va a dejar marca.
¿Qué piensa un hombre de 28 años que cae, se precipita, se disloca en el aire su alma, su cuerpo choca, hace -plat-, como un omelet que cae fuera de la sartén. Mierda.
Un año más.
Culpa 2. No puedo dejar de mirar. ¿Será ese su brazo que se mueve? Hay dos, tres a su alrededor, lo miran, se mesan los cabellos, me gusta la palabra mesar. Alguien grita, una ambulancia se acerca.
Demasiado tarde.
Siempre es demasiado tarde. Apagan la sirena, lo cubren con una ¿sábana? azul, queda el cuerpo, lo que queda del cuerpo queda tirado, bajo una cosa azul, más escandalosa que la sangre, que sus entrañas esparcidas por el suelo.
Culpa 3. Los otros hombres, aún allá arriba, desde donde ese que yace estuvo, se miran, lo miran desde donde ya no está, y continúan trabajando. Quiero gritar, llorar, decirles que paren, que, por dios, alguien se ponga un casco, un arnés, que bajen, que lloren por el otro. Pero no lo hago: los miro, desde lejos, y sigo sorbiendo mi copa de vino. La tarde es hermosa en esta época del año.