Friday, December 07, 2007

That's gonna leave a mark

Un hombre cae casi treinta metros. No cae a su muerte. Es decir, no a su muerte inmediata. Lo miro, desde la misma altura que compartimos hasta hace unos segundos. Y lo miro moverse. A través de los cables, las luces navideñas, los autos. Y volteo alrededor. Nadie se ha dado cuenta. Nadie escuchó el alarido. Nadie el golpe. ¿Sólo yo?
Culpa 1. Yo sabía que pasaría, o al menos eso le digo al amigo que, del otro lado de la mesa, escucha lo que yo digo que escuché. Hablábamos de morir jóvenes. Yo hablaba de eso. Él estaba ausente.
Va a dejar marca.
¿Qué piensa un hombre de 28 años que cae, se precipita, se disloca en el aire su alma, su cuerpo choca, hace -plat-, como un omelet que cae fuera de la sartén. Mierda.
Un año más.
Culpa 2. No puedo dejar de mirar. ¿Será ese su brazo que se mueve? Hay dos, tres a su alrededor, lo miran, se mesan los cabellos, me gusta la palabra mesar. Alguien grita, una ambulancia se acerca.
Demasiado tarde.
Siempre es demasiado tarde. Apagan la sirena, lo cubren con una ¿sábana? azul, queda el cuerpo, lo que queda del cuerpo queda tirado, bajo una cosa azul, más escandalosa que la sangre, que sus entrañas esparcidas por el suelo.
Culpa 3. Los otros hombres, aún allá arriba, desde donde ese que yace estuvo, se miran, lo miran desde donde ya no está, y continúan trabajando. Quiero gritar, llorar, decirles que paren, que, por dios, alguien se ponga un casco, un arnés, que bajen, que lloren por el otro. Pero no lo hago: los miro, desde lejos, y sigo sorbiendo mi copa de vino. La tarde es hermosa en esta época del año.

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