Iluminación Diagonal
Para Armando
...break a leg, my sweet lover
El suelo del bosque es oro puro. Estoy quieto y tengo miedo. Desperté esta tarde acostado, encogido como un feto, en medio de un bosque que no es verde, en el que apenas se distinguen los troncos de las ramas y de las sombras que proyectan. Hojarasca, le dicen. Suena a música, repito la palabra lentamente ho-ja-ras-ca. Suena a los pies de la hermosa que me trajo hasta aquí, que silente me colocó y silente me abandonó. Suena a lo que sonaba el suelo sobre el que corría cuando tenía seis años y cerraba los ojos para sentir la adrenalina. Suena también a cascada, a sábanas limpias que crujen bajo los cuerpos. Hace frío, y el bosque, extrañamente, parece dormir. Debería oír insectos y aves, pero este bosque no los acepta. Este bosque está hecho de oro, de piedras, árboles y hojas de oro seco que se desmorona entre mis manos. No hay vida. Y sin embargo, lo llena la esencia de un cuerpo tibio que atisbo entre el tercer y cuarto árbol, de izquierda a derecha. Una mirada que se asoma inquieta, como un gato mirando debajo de una sábana.
Tengo frío. Mis piernas son dos muñones entumidos: las miro y no las reconozco -ajenas, espantosamente humanas. Podría morir de frío. Algo me dice, sin embargo, que el corazón seguirá latiendo, quizá gracias al calor que le dejaron aquellas manos que recuerdo apenas, ensoñadas, blanqueadas por la memoria. Los dedos de las manos duelen y sangran. Mi sangre llega a las hojas más cercanas, ni siquiera alcanza a formar un charco: gotea lentamente y la sangre se seca nada más tocar el suelo.
Entristezco pensando que no podré darle siquiera un segundo de vida a este bosque, cuando miro tus ojos y comprendo que sobreviviré.
Óleo: Armando Hatzacorsian