Más del viejo moribundo...
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El anestésico viaja rápido. Más rápido que cualquier otra cosa. Más rápido que la luz. Quiero ver los montes Urales. ¿Existe algo más lejano y misterioso que los montes Urales? Sí. Está el monte Ararat. Bien. Entonces quiero ir allí. Quiero mirar el mundo desde el monte Ararat. La isla Sajalín. La isla Rügen. ¿Quién no ha soñado con cruzar el río Rovuma? Saale. ¿Montaña o río? Hagan sus apuestas. Que X o Y hayan llegado a las islas Ryu Kyu no es tan descabellado, ¿o sí? ¿Habrán pensado en su viejo padre que los recordaba lejanos y oscuros? ¿sabrán que nunca quise conocerlos? ¿les importaría llevar mis cenizas a la cima de Punta Carnero? Es difícil dormir cuando uno tiene la geografía del mundo frente a los ojos. Las calles que se recorren en los mapas siempre son larguísimas, bondadosas. El viajero imaginario es quien hace las leyendas. El cuarto es silencioso. Creo que me equivoqué al reservar esta habitación. Quiero oír los gemidos de los moribundos. Mirar de cerca la miseria nos hace menos miserables. Quiero que haya alguien junto a mi cama sufriendo indeciblemente, solitario y triste, quiero una vieja a la que hayan abandonado todos sus hijos, y cuyo esposo la haya dejado tras veinte años de matrimonio. Quiero ver a una de esas buenas personas sufrir. Me siento reconfortado desde ya por la perpsectiva. Mañana le diré a la enfermera que sus cuidados debe guardarlos pars los moribundos. Falta mucho para que anochezca, pero está bien, porque el anestésico no hace efecto. Lo siento en mis venas y se rehusa a hacerme dormir. Sólo entumece mis brazos secos. Tengo mucha sed. Los veinte desiertos: Thar, Alabama, AlDahna, Sonora, Sahara, Atacama, Gobi, Kara kum, Kyzyl Kum, Patagonia, Mojave, Ordos, La Guajira, Gibson, Bledowska, Pooma, Gibson, Simpson, Tanami, Victoria. Debe haber más, seguro hay más. Esta sed no puede ser tan poca. Esta sed abarcaría los desiertos junto con las playas, y esta sed no se sacia con los ríos y manglares. Los brazos adormecidos no responden, y la boca se abrasa. ¿Hace cuánto que se fue la enfermera? Mi sangre se está secanddo. Siento las venas endurecerse, petrificarse. Por dentro de mí corre un aire caliente y salado. Una araña. Mis pulmones ahora los habita una araña que pone huevos, de esos huevos salen miles de trasnsparentes de artrópodos Chelicerata que se comen mis alveolos y no me dejan respirar. La araña entró en mi cuerpo a través de uno de los miles de agujeros que las agujas han dejado en mi piel. Me repugnan las arañas. Sus multiples ojos se mueven y te miran en caleidoscopio. Te miran y se meten en tus ojos y se los comen. La enfermera dejó entrar a la araña en mis venas. La vi sonreír cuando lo hizo. Quisiera que junto a mí hubiera una mujer vieja y muriendo. Quisiera que alguien muriera en esa cama arrogante y vacía. Le pediré a la enfermera que me trasladen a un cuarto común, donde pueda oír los estertores de muerte de otros. Donde nadie me mire como se mira a los desahuciados. Ellos piensan que estoy solo y derrotado. Pero no saben que mi hijo me espera en la isla Annobon, junto a su pequeña casa y con su mujer, entre los dos administran una finca. Sus hijos lo llaman papá. Y su esposa, ella lo llama por su nombre. En las noches cenan y miran televisión. Siempre hay un plato extra en la mesa para mí. Quiero que haya una vieja muriendo en la cama de junto. Quiero decirle a esa buena abuela, a la que sus nietos jamás vienen a ver, que para mí siempre hay un plato puesto en la mesa de la casa de mi hijo, en la isla Annobon. Que pronto saldrán arañas de mi pecho, pero que no hay de qué asustarse, es que estaré mejor, y entonces me iré, y también podré decirle que no se preocupe, que sus nietos vendrán un día a visitarla, y que le traerán flores. Pero no será verdad. Esas cosas nunca suceden.