La gripa y el viento
Hacía mucho, mucho, mucho tiempo que no me daba una gripa así. Y ayer tuve un recuerdo fraternal:
Tenía seis años, cursaba primero de primaria en El Pípila, una escuela que da la espalda a Los Pinos y gracias a lo cual tuve el dudoso honor de estrechar la mano de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari... era uno de esos veranos citadinos apocalípticos... viento, lluvia, encharcamientos.
Mi madre nos acostaba a dormir una siesta todas las tardes, entre las cuatro y seis, a mi hermano y a mi. Esas siestas las recuerdo como los momentos más tranquilos y plácidos de una infancia por otro lado extraña y caótica.
Esa tarde mi madre había salido (me pregunto si siempre lo hacía mientras estábamos ormidos) y mi hermano y yo dormíamos en nuestras camas gemelas. Repentinamente un trueno hizo retumbar los ventanales de nuestro departamento del segundo piso, y las luces del edificio de apagaron... mi hermano comenzó a gritar, yo entré en pánico y lo imité. Nos miramos, creo que por primera y última vez, como hermanos, nos abrazamos y así permanecimos por más de una hora, escondiendo el rostro, los oídos, de la brutal fuerza del viento, de la lluvia. Cuando finalmente llegó mamá, los dos estábamos dormidos, abrazados, el miedo nos había dejado exhaustos.
Al despertar mamá dijo que le daba gusto que finalmente nos empezáramos a llevar como hermanos... ninguno de los dos dijo a nuestros padres lo que había ocurrido, y nunca hablamos de ello, tampoco volví a sentirme nunca tan cercana a él.
Cuando el viento se desata como ayer, pienso en mi hermano, donde quiera que esté.
Tenía seis años, cursaba primero de primaria en El Pípila, una escuela que da la espalda a Los Pinos y gracias a lo cual tuve el dudoso honor de estrechar la mano de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari... era uno de esos veranos citadinos apocalípticos... viento, lluvia, encharcamientos.
Mi madre nos acostaba a dormir una siesta todas las tardes, entre las cuatro y seis, a mi hermano y a mi. Esas siestas las recuerdo como los momentos más tranquilos y plácidos de una infancia por otro lado extraña y caótica.
Esa tarde mi madre había salido (me pregunto si siempre lo hacía mientras estábamos ormidos) y mi hermano y yo dormíamos en nuestras camas gemelas. Repentinamente un trueno hizo retumbar los ventanales de nuestro departamento del segundo piso, y las luces del edificio de apagaron... mi hermano comenzó a gritar, yo entré en pánico y lo imité. Nos miramos, creo que por primera y última vez, como hermanos, nos abrazamos y así permanecimos por más de una hora, escondiendo el rostro, los oídos, de la brutal fuerza del viento, de la lluvia. Cuando finalmente llegó mamá, los dos estábamos dormidos, abrazados, el miedo nos había dejado exhaustos.
Al despertar mamá dijo que le daba gusto que finalmente nos empezáramos a llevar como hermanos... ninguno de los dos dijo a nuestros padres lo que había ocurrido, y nunca hablamos de ello, tampoco volví a sentirme nunca tan cercana a él.
Cuando el viento se desata como ayer, pienso en mi hermano, donde quiera que esté.