Thursday, January 24, 2008

La gripa y el viento

Hacía mucho, mucho, mucho tiempo que no me daba una gripa así. Y ayer tuve un recuerdo fraternal:
Tenía seis años, cursaba primero de primaria en El Pípila, una escuela que da la espalda a Los Pinos y gracias a lo cual tuve el dudoso honor de estrechar la mano de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari... era uno de esos veranos citadinos apocalípticos... viento, lluvia, encharcamientos.
Mi madre nos acostaba a dormir una siesta todas las tardes, entre las cuatro y seis, a mi hermano y a mi. Esas siestas las recuerdo como los momentos más tranquilos y plácidos de una infancia por otro lado extraña y caótica.
Esa tarde mi madre había salido (me pregunto si siempre lo hacía mientras estábamos ormidos) y mi hermano y yo dormíamos en nuestras camas gemelas. Repentinamente un trueno hizo retumbar los ventanales de nuestro departamento del segundo piso, y las luces del edificio de apagaron... mi hermano comenzó a gritar, yo entré en pánico y lo imité. Nos miramos, creo que por primera y última vez, como hermanos, nos abrazamos y así permanecimos por más de una hora, escondiendo el rostro, los oídos, de la brutal fuerza del viento, de la lluvia. Cuando finalmente llegó mamá, los dos estábamos dormidos, abrazados, el miedo nos había dejado exhaustos.
Al despertar mamá dijo que le daba gusto que finalmente nos empezáramos a llevar como hermanos... ninguno de los dos dijo a nuestros padres lo que había ocurrido, y nunca hablamos de ello, tampoco volví a sentirme nunca tan cercana a él.
Cuando el viento se desata como ayer, pienso en mi hermano, donde quiera que esté.

Monday, January 14, 2008

The Crossing Place

Leo con fruicion The Crossing Place, de Philip Mardsen, una suerte de novela de viaje, sobre el pueblo armenio, sus diversas y constantes ordalías, su voluntad férrea, su instinto de supervivencia. Su terquedad, pues.
Terquedad reflejada en un idioma bello y alucinante, complejo, laberíntico, que persiste entre los armenios y sus descendientes en todo el mundo, según el poeta ruso Ossip Mandelstam, el idioma "cannot be worn out, its boots are of stone".
El corazón de su identidad, entre Europa y el Medio Oriente, a la sombra del monte Ararat, se ubica en una de las zonas de paso comerciales más antiguas, a orillas del Río Eufrates, se dice que en algún lugar de Armenia, quizá a la orilla del lago Van, se ubicaba el mítico paraíso terrenal del Edén. El pueblo Armenio ha defendido su variable geografía de los medos, los persas, Alejandro y los griegos, los romanos, el imperio Bizantino, los georgianos, los sirios, los árabes, los mongoles, los rusos y el Imperio Turco Otomano.
Mardsen cita a William Saroyan, yo traduzco del inglés:
"Me gustaría ver a cualquier poder del mundo destruir a esta raza, a esta pequeña tribu de gente sin importancia, que han luchado y perdido todas sus guerras, cuyas estructuras todas se han derrumbado, cuya literatura no se lee, cuya música no se oye, y cuyas plegarias no se contestan. Adelante, destruyan a Armenia. Vean si pueden hacerlo. Envíenlos al desierto sin comida ni agua. Quemen sus hogares y sus iglesias. Y luego vean si no ríen, cantan y oran de nuevo. Porque cuando quiera que dos de ellos se encuentren en cualquier parte del mundo, vean si no crean una Nueva Armenia.

Salud

Tuesday, January 08, 2008

Across the Universe

Extraña sensación. Vuelvo del cine. Melancolía. Me he preguntado muchas veces si es posible sentir nostalgia por algo no vivido. Hoy me lo pregunto de nuevo. ¿Qué sucedió? ¿Qué le pasó a All you need is love?
Let it be, en voz ahora de Nick Cave, me hace llorar de nuevo.
El mundo sucede, yo miro, y escucho. La noche brilla sobre los árboles, allá afuera. Vi a un hombre dormido en una caja de cartón. Vi adolescentes trabajando en la remodelación del parque, a las once de la noche. Mañana los vecinos sacarán a pasear a sus perros, y se quejarán de que no han terminado de limpiar, y en la noche llegará de nuevo el ejército de casi niños a trabajar en el frío, sembrando árboles para que la colonia se vea más bonita.
¿En dónde más sembrarán árboles?
Escucho, sus risas, se divierten, son, como niños, jugando, pero luego volverán a sus casas, donde los esperan a cenar, a desayunar, o quizá no. Por el momento se ríen. Yo no sé que sentir.
De Canciones para Cantar en las Barcas:

¿Quién me compra una naranja
para mi consolación?
Una naranja madura
en forma de corazón.

invierno, luz

Hace como dos semanas que los días son más largos, el gato espera con ansia la llegada de su rayito de sol, se asoma, inquieto, al balcón, maúlla, mordisquea cosas, viene a llamarme, odia el sonido de las teclas.
Hace como dos semanas que se anuncia una vuelta más de la tierra al mundo, la vuelta de la luz, del calor, de las aves -algunas se apresuran, ayer, por ejemplo, en el camellón, encontramos cascarones de huevitos de pájaro. Arriba, en algún lugar, piaba una recién nacida ave, muriéndose de frío.
Mercurio está de malas, A dice que es porque come muchas porquerías (hace dos días nos despertó un ruido extraño, el gato había tirado al suelo restos de una pizza dejada en la mesita de noche, y probaba las delicias de Dominos). Yo creo que ya le andan las ganas de sol. Maúlla y maúlla. Camina como diminuto león enjaulado en su territorio, sube al sillón, persigue fantasmas, platica conmigo, duelo de maullidos, hasta que se harta y se va a conversar con A, quien aparentemente tiene temas de conversación más interesantes.
Mira al mundo desde su ventana, mueve la cola, observa a los pájaros en los árboles.
La jacaranda también está inquieta, pronto comenzará a verdear, luego, a finales de enero, brotarán las primeras flores. Siempre florece antes que las demás.
A continúa trabajando con la luz, experimentando.
La vida pronto abrirá sus ojos.

Una foto que no esta

Para David y María Paz, por su felicidad
Anoche soñé con una fotografía tomada hace varios años, en ella estamos R y yo, en una playa, o mejor dicho, no estamos, es una fotografía de nuestras sombras. Entre nosotros hay una distancia, yo tengo los brazos cruzados, y en las manos de él se perfila la silueta de la cámara. Las sombras alargadas y la arena con sus ondas, sus vacíos y sus montañas, un mapa en miniatura del mundo. No recuerdo en qué viaje fue tomada esa foto, ni en qué año. Yo aún tenía el cabello largo, él también.
Lo extraño del asunto es que, aunque esa es la única fotografía que decidí conservar de nosotros dos, parece que ha desaparecido. Hace un par de semanas me dediqué a organizar papeles viejos, y decidí deshacerme de muchas cosas, entre ellas esa foto, pero no la encontré por ningún lado. Desde entonces la recuerdo a ratos, claramente, como si la tuviera frente a mí. Es casi como si quisiera decirme algo, desde ese limbo al que van los objetos que se pierden. ¿La memoria?
Encontré, en cambio, otra fotografía, tomada quizá por la misma fecha, o quizá antes... En ella estoy yo sentada en una habitación vacía, una pared es azul, otra roja, no hay nada más. Mi cabeza está inclinada, miro hacia abajo, como si la cámara y el fotógrafo no estuvieran ahí. La luz del sol ilumina mi torso cubierto con una sudadera negra, mis piernas desnudas, mi cabello desordenado baja casi hasta mis rodillas, cubre mi rostro, a excepción de mi nariz, un poco de mi frente.
Hablo de estas dos imágenes porque me resulta incomprensible esta paz tan dulce de los últimos años, leo en el blog de D la descripción de su paraíso terrestre y personal, su violeta, Camus, su Paz, y comparto su admiración por el mundo, por la luz que deja huella del paso del tiempo, de los otros, y que, en casos aisladísimos, y sumamente felices, se convierte en testigo de la existencia de un mar desierto, en medio del cual hay una isla, habitada apenas por dos.